A pesar de que ya había visto muchas fotos del salar de Uyuni, la experiencia no me decepcionó para nada. Es más, me impresionó y me dejó con la boca abierta la mitad del tiempo… No sé por qué, pero cuando me subo a un vehículo con vistas a la carretera, mi mente empieza a divagar casi automáticamente. Mis pensamientos se dispersan y conecto directamente con mis sueños, objetivos, locuras…etc. Pero una vez entramos en el salar, sin ningún tipo de referencia ni dirección aparente más que el horizonte inundado de blanco por la sal, unido al azul cielo, di rienda suelta a mis pensamientos por completo, con la mirada fija hacia ningún lugar y alucinando con el paisaje.
Perder el miedo al miedo
El otro día estábamos mirando una película por la noche con nuestros amigos y, en un momento dado, pegué un bote en el sofá por uno de los sustos que daba la trama de la película. Quien me conoce, sabe que soy bastante miedosa en general, pero para las películas de suspense es algo que no lo puedo evitar. Me pongo especialmente nerviosa, incluso tensa, y me supera.
Puede que esto no tenga nada que ver con viajar. Pero, como cada vez falta menos para empezar nuestro viaje por Sudamérica, me hizo pensar y me di cuenta de que mis nervios (y miedos) también aumentan según se va acercando la fecha. Desde luego, tengo claro que existen muchas clases de miedos. En su momento conseguí enfrentarme al miedo a volar, literalmente, aunque fue sólo por un rato. Me imagino que, si me volviera a poner en situación, me volverían a temblar las piernas.